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11 de Noviembre del 2016

11 de Noviembre, Día de las Librerías

Esta no pretende ser una entrada informativa. Se trata, simplemente, de una reflexión personal, una serie de pensamientos que han rondado por mi cabeza y que trataré de materializar en el día de hoy, la jornada dedicada a las librerías.  

Así como muchas personas gustan de invertir su tiempo libre en ir de compras, para mí no hay nada mejor que reunirme con alguna amiga y pasear de librería en librería, como un explorador en busca de nuevos tesoros. Es un pasatiempo que muchos no entienden, y que sin embargo otros tantos llevamos a cabo con el entusiasmo de un niño en un parque de atracciones. En cierto modo resulta una actividad de ánimo masoquista, pues no serán pocas las veces que nos lamentamos frente a la imposibilidad de llevarnos con nosotros todos los libros que nos gustaría. Pero por otra parte resulta tan gratificante contemplar el sinfín de historias, cada una de ellas encerrada tras una portada a la espera de ser descubierta, que es imposible resistir el impulso de rodearse de ellas durante un tiempo, aunque solo una pequeña parte pueda llegar a ser nuestra

 

Aún a día de hoy se pueden oír voces burlonas que insisten en proclamar que la lectura es para personas sin vida, que es algo que no sirve para nada. Años atrás una opinión así me hubiera hecho sentir avergonzada de disfrutar de la sensación de tener un libro entre las manos. Hoy solo puedo compadecer a quienes almacenan esa creencia en su memoria, porque no son conscientes de hasta qué punto llega su ceguera. Paradójicamente,, son estas personas precisamente las que convierten en necesaria la existencia de días dedicados a las librerías, a las bibliotecas o a los propios libros. Porque no se trata solo de jornadas que los conmemoran, sino que intentan fomentarlos; esto es consecuencia de la carencia que existe entre los ciudadanos en cuanto al gusto por la lectura. Y es que hoy día las redes sociales pueden producir la sensación de que la comunidad lectora es muy grande, que en realidad lo es, pero resulta ínfima en comparación con los miles de millones de personas que hay en el mundo.

Pero ahora vayamos al grano y hablemos de las librerías. En la actualidad la mayor parte del beneficio cultural corre a cargo de los grandes centros, como El Corte Inglés, el Fnac o La Casa del Libro. Por regla general se cree que en esos sitios se puede encontrar cualquier cosa que queramos. Pensar así supone un error garrafal, así como aceptar sin discusión posible que no queda otra que someterse al 21% de IVA cultural y dejarse un riñón en cada compra. Quizá no todas las ciudades tengan la misma suerte, pero existen pequeños rincones en los que pueden adquirirse libros a un precio sorprendentemente bajo. Es el caso de Bilbao, donde he sido tan afortunada que me he topado con dos auténticas minas de cultura. Una de ellas es un pequeño puesto en la estación de trenes de Abando. La otra, una librería llamada Maceda, en el barrio de Santutxu. Ambos lugares cuentan con libros con su precio original, pero también con muchas obras que, por motivos que desconozco, se hayan rebajados hasta tal punto que no alcanzan siquiera una tercera parte de lo que en principio valdrían. Increíble pero cierto. Y aún más increíble resulta el haber podido encontrar allí, en varias ocasiones, novelas que llevaba tiempo buscando y que no estaban disponibles en ninguna de las grandes librerías. Hallar un libro que deseabas por tan poco supone una alegría inconmensurable para cualquier lector. Por ello mi pensamiento en el día de hoy no va dedicado a las grandes empresas que todos conocen, sino a esos refugios donde, por fortuna, aún no se ha hecho de la cultura un negocio.  

 

 

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