Bocetista de delirios
Estudió Bellas Artes, y compara su trabajo al escribir con el de un artista al esbozar un cuadro. Su gusto por lo gótico le valió el apodo de “el cuervo” durante una difícil infancia que hoy es fuente de inspiración para sus relatos. Años después de quedar finalista al Premio Planeta Casa de América, Alexis Falkas lanza su ópera prima, Reflejos de absenta, al mercado editorial.
Escribe desde que era muy joven, y lo hace para sí mismo, no para los demás. La literatura ha sido desde siempre su válvula de escape y su mayor forma de expresión: disfruta especialmente de los clásicos de la época victoriana y de autores oscuros como Poe o Lovecraft. A sus treinta años de edad, Alexis Falkas ha leído infinidad de géneros y de autores. Le gusta dar largos paseos, salir a correr, y sobre todo, viajar, pues para él no existe mayor fuente de inspiración que conocer nuevas culturas, nuevas personas, y dejar que éstas le cuenten su propia historia. Describe su forma de narrar con una única palabra: delirante. Y es que su mayor obsesión es superar las estructuras y los clichés forjados tras cientos de años de literatura para sacar a la luz obras nuevas y originales, aderezadas con personajes dementes, muy complejos, obsesos, ni blancos ni negros, que a lo largo de las tramas experimentan fuertes evoluciones. Guarda bajo la manga diversos proyectos que tiene pensado publicar de forma paulatina, y pese a ser consciente de que es imposible, aspira a la perfección. Sin embargo, no duda en creerse en un continuo proceso de aprendizaje en el que siempre puede mejorar, y se siente afortunado de poder afirmar que las musas rara vez le abandonan.
Ya ha anochecido en las calles de Bilbao, salpicadas por las hojas que el viento otoñal arrastra a su paso. Alexis Falkas se aproxima al café bar Dock Bilbao con paso seguro, sin preocuparse por la incesante lluvia. Su cabello insinúa nubarrones de tormenta; sus ojos son oscuros, pero alegres. Se desenvuelve como pez en el agua en una tarde-noche tan desapacible para algunos, pero que para él parece resultar muy agradable, pues no pone reparos en tomar asiento en un banco de madera, bajo una terraza cubierta.
Falkas es de quienes opinan que en el mundo de la literatura hay hueco para todo aquel que quiera formar parte, y que, al igual que en estos momentos él lucha por hacerse un nombre, los escritores de referencia de hoy día tuvieron que librar esa misma batalla frente a quienes estaban antes. “El primero que llega se hace con el castillo”, resume con una mueca. Sin embargo, aclara que no le es posible ver a esos escritores referentes como rivales, sino que la concepción que tiene de ellos es de compañeros, e incluso de una especie de hermanos mayores. Para él, el verdadero problema reside en aquello que llama “escritores-producto”; o, para ser más exactos, en aquellas personas que por una razón u otra son grandes estrellas del panorama social y publican obras que, en sus propias palabras, “no sirven ni para leerlas en el baño, pero se venden porque sus autores tienen fama”.
Pese a todo, autor y obra no siempre van de la mano. Al preguntarle por los escritores que más rabia le dan, a Falkas se le escapa una sonrisa y confiesa que, aunque no suele leer libros cuyos artífices no sean santo de su devoción, a menudo le sucede que se encuentra con narraciones que le gustan, pero a cuyos autores detesta. “Hemingway, por ejemplo, me parece un misógino, un machista, insoportable y horrible como persona, y sin embargo es un escritor maravilloso”, confiesa. Por otra parte, le resulta complicado determinar qué autores le han marcado más a la hora de pulir su forma de escribir, pues afirma que en el fondo cada uno de ellos influye, de una forma u otra, y que se conservan retazos de todo aquello que se lee. “Me gustaría decir que escribo conversaciones como Hemingway, o que creo paisajes como Poe, o que tengo el estilo literario de Murakami, pero sé que eso es imposible”, reflexiona.
Al hablar de su niñez le resulta complicado encontrar las palabras. Sin embargo, finalmente deja entrever una infancia difícil, marcada por una familia desestructurada, las adicciones y el narcotráfico, con psiquiátricos y fumaderos de crack como principales escenarios. Sobreviene un breve silencio, ligeramente incómodo, al tiempo que la cruda realidad de su pasado parece flotar en el aire, negándose a desaparecer. “Por eso creo que mi biografía, una vez la publique, resultará mucho más interesante que mis novelas”, apostilla con una media sonrisa enigmática, mientras bebe un trago de absenta. Pese a todo, su expresión está exenta de tensión, y permanece sentado con las piernas cruzadas sobre el banco, en actitud relajada.
La opinión de Falkas en cuanto a la igualdad de género en el mundo de las letras resulta curiosa e interesante. “Que un escritor sea hombre o mujer no significa que escriba mejor o peor. Pero creo que el universo literario en general es un mundo de mujeres, o debería de serlo”, manifiesta. Al pedirle que matice esa afirmación, cuenta que se ha percatado de que tanto la mayor parte de los lectores como de las personas dedicadas a la escritura son mujeres, pero que por el contrario a ellas les resulta más difícil que a los hombres abrirse camino y obtener reconocimiento. “Quizá no lo tengan tan complicado como en otras profesiones o sectores, pero sigue sin haber igualdad, sobre todo históricamente hablando”, comenta con pesar. Es por ello que cree firmemente que es necesario promover tanto la literatura en general como las iniciativas orientadas en concreto al reconocimiento de autoras femeninas; sobre todo en un país como este, en el que escasean tanto la cultura como su reconocimiento y su difusión.
Con respecto a sus propias obras, Falkas se confiesa muy autocrítico consigo mismo. Explica que Reflejos de absenta fue escrito años antes de que fuera publicado, y que desde entonces su estilo ha evolucionado hasta tal punto que si volviera a revisar la novela sentiría el impulso de reescribirla entera. “Cuando cogí el manuscrito para corregirlo me llevé las manos a la cabeza. Me vinieron a la mente cosas como el por qué escribí frases tan largas, o el por qué me compliqué la vida al usar algunas palabras cuando podía optar por otras”, recuerda. Y sin embargo, su voz se impregna de orgullo al afirmar que si algo se le da bien, es escribir finales. Reconoce que es muy retorcido, que le gusta darle muchas vueltas a las cosas, y que eso se debe a que su principal preocupación es que el lector culmine la lectura con los ojos desorbitados por la impresión.
Abordar el mundo de las redes sociales hace que su rostro se cubra de una leve sombra y se muestre ligeramente cohibido. “Tanto mi blog como mis redes sociales las abrí el año pasado”, manifiesta. Al parecer no deseaba abrirse una ventana de semejante calibre al mundo. Pero pronto comprendió que en la actualidad lo que cuenta para las editoriales no es la calidad del autor, sino la visibilidad y las capacidades de influencia y difusión que éste tenga. “Las editoriales que al principio te rechazan llaman a tu puerta una vez cuentas con miles de seguidores, y muchas veces lo hacen sin haberle echado siquiera un vistazo a tu trabajo”, explica con un tinte ligeramente amargo en la voz. “Dicho de otra forma, da la impresión de que lo que menos te hace falta actualmente para ser escritor es escribir”.
Tras una breve pero cálida despedida, Alexis Falkas cubre su cabeza con la capucha de su abrigo y se aleja, indiferente a la lluvia que aún cae sobre Bilbao como un telón brumoso. Su figura, alta, alargada y oscura, no tarda en difuminarse entre las sombras, como si de un fantasma se tratase.
“Creo que mi biografía, una vez la publique, resultará mucho más interesante que mis novelas”
27 de Noviembre del 2016
Alexis Falkas, escritor